Sin que nadie tenga que explicar nada, el oído nos descubre los rudimentos de la estructuras de la música: desde que nacemos vivimos rodeados de formas, discursos, trayectorias y movimientos; advertimos que la vida está repleta de repeticiones, que nosotros mismos somos una mezcla de repetición y novedad; sabemos qué es ritmo porque generamos ritmo; sabemos qué es contraste y qué variación, porque nuestra vida está en ellos; sabemos que es color y armonía, porque los vivimos a diario. Nos damos cuenta de que nosotros estamos construidos de tiempo, y que con el tiempo no valen tonterías: como en una máquina trituradora, al instante todo es convertido en pasado. Por eso nos atrae la música, porque sabemos que no hay ninguna otra forma de vivir con intensidad el tiempo.